CONATUS, TEATRO FÍSICO Francisco Córdova y Alberto Pérez
Texto por Stéphanie Janaina
Se dice que la voluntad de vivir es instintiva. Esta voluntad es lo que forma el conato de un cuerpo. Conato, del latín Conatus, es una inclinación innata de la materia -o la mente- por continuar existiendo y mejorándose, para que los seres vivos puedan prosperar. Para el ser humano, “la existencia precede a la esencia” (Sartre), es decir, que no hay una naturaleza humana que determine a los individuos, sino que son sus actos los que determinan quiénes son, así como el significado de sus vidas. No es porque uno piensa que existe, sino buscando que el pensamiento exista de manera concreta y congruente para reafirmarse y darle razón a su existencia. En el arte escénico, el performer piensa en movimiento y afirma su existencia a través de su arte, que es su cuerpo. De este modo se autoafirma con el hecho de estar y eso es lo que lo hace ser.
En Conatus, la co-creación escénica que dirigen y proponen Beto Pérez (Proyecto Itaca) y Francisco Cordova Azuela (Physical Momentum Project), busca darle otra definición al conato de un cuerpo. Esta obra se presenta generalmente en el interior de una caja negra, al centro del foro se percibe una estructura cuadrada –móvil-; uno podría imaginarse estar viendo el mito platónico de la caverna donde la luz que ilumina sólo nos permite percibir las sombras de los sujetos. Esta estructura resguarda la luz, como un objeto precioso y a su vez nos hace ser testigos de la dualidad del hombre que existe en todos nosotros. A través de una exposición de imágenes en tiempo real, se habitan diferentes atmósferas en las cuales van sucediendo acciones concretas. Esta obra es un estudio del SER, como todo, “con Dios o sin Dios”, en el gran vacío del universo. El cuerpo deja de ser concreto, aparece y desaparece con el mínimo esfuerzo en un ambiente no propicio para moverse.
No hay personajes, no hay dramaturgia, sólo una idea que construye un tiempo, un lugar, un cuerpo, la luz. El esfuerzo de esta construcción viene del pensamiento, la necesidad de romper con una identidad ya establecida, aprendida. Para tratar de entenderse a sí mismo es necesario confiar en el otro: ambos creadores aprenden a confiar en la mirada del otro, convirtiendo la obra en una pieza poética para contemplar, potenciar el cuerpo humano y la luz que este genera dentro de la oscuridad absoluta.
En este claroscuro se respira cierta paz. Dentro de la evolución de estas imágenes se va creando una complicidad entre el espectador y el creador. No se trata de entender lo que esta pasando frente a uno, pues sólo es un suceso y lo que uno pueda ver es lo que saldrá a flote. Como espectadora de Conatus aprendo a jugar con lo que soy, con lo que tengo, con lo que siento sobre mi propio cuerpo, tanto lo que me gusta como lo que no… afrontar y permitirse vivir esos sentimiento que me provoca mi carne, mi piel, mis formas. De esta manera uno descubre que no nos hace falta nada, lo que nos hace falta son la ganas. Una vez que termino de respirar he cumplido con la misión de mi existencia y finalmente soy libre de hacer todo, o nada.
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