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Límulus

De cómo los centauros llegaron a Ixmiquilpan

Texto por Brenda Chávez

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Convento de Ixmiquilpan, Hidalgo

Sobre los muros de la iglesia de Ixmiquilpan en Hidalgo se aprecia una singular escena que desafía la imaginación: guerreros mesoamericanos y seres de la mitología grecorromana se enfrentan en una batalla de vicios contra virtudes. Centauros, guerreros águila y chichimecas libran la interminable lucha del bien cristiano contra el mal pagano.

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Iglesia de Ixmiquilpan. Fotografía de José Luis Pérez Flores.

¿Cuál es el origen de estos eclécticos murales en los que “conviven” dos mundos tan alejados en tiempo y espacio? ¿Cómo llegaron estos seres de la antigua Grecia hasta una distante provincia de la Nueva España?

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Iglesia de Ixmiquilpan. Fotografía de José Luis Pérez Flores.

El viaje es por demás paradójico y al menos para mí, fascinante. En Italia, a finales del siglo XV, la caída de un distraído caminante produjo uno de los descubrimientos arqueológicos más asombrosos del Renacimiento, la Domus Aurea, el palacio del emperador Nerón. Este recinto romano del siglo I d.C. guardaba celosamente habitaciones decoradas con majestuosas pinturas murales del cuarto estilo pompeyano, compuestas por seres híbridos, fantásticos y monstruosos. Artistas curiosos, entre ellos Rafael, descendieron a las cámaras para hacer copias, bosquejos y dibujos. Por encontrarse en salones oscuros y húmedos con apariencia de grutas, a partir de ese momento, estas formas adoptaron el nombre de “grutescos”. A su vez, estas pinturas inspiraron a cientos de talleres y artistas para la ejecución de murales, esculturas, tapices, libros y grabados que se esparcieron por toda Europa.

Estas fantásticas y estrafalarias formas no tardaron en despertar la indignación de tratadistas y notables. En muchos sentidos eran la antítesis de las aspiraciones del arte renacentista: mímesis, naturalismo, perfección. Entre críticas y derroteros, su origen clásico, que despertaba tanta fascinación entre los humanistas de la época, les permitió abrirse camino por Italia, Países Bajos, Francia y la Península Ibérica. Su siguiente destino fue el Nuevo Mundo. Durante el siglo XVI, los primeros conquistadores y misioneros trajeron consigo pequeñas colecciones personales de libros, cuyas portadas e interiores estaban decorados con grutescos. Junto con los grabados de contenido religioso y las representaciones de Cristo y la Virgen, los grutescos fueron las primeras imágenes del Viejo Mundo que los indígenas conocieron.

Aunque muchas veces se olvida, los indígenas recién convertidos fueron la fuerza fundamental para la construcción y decoración de los espacios en donde se profesaba la nueva fe. Los tlacuilos –especialistas en la elaboración de códices antes de la conquista–  serían comisionados a la ejecución y dirección de las pinturas murales en los nuevos templos. Organizados en cuadrillas, estos pintores ejecutaron cientos de diseños de grutesco en los muros novohispanos, inspirados en las formas clásicas descubiertas décadas antes en la Domus Aurea.

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Convento de Acolman, Estado de México

El género se propagó rápidamente por la Nueva España; para finales del siglo XVI, cualquier convento tendría en escultura o pintura alguna representación inspirada en los grutescos europeos. Los conventos de Actopan, Oaxtepec y Malinalco son algunos ejemplos de monumentos plagados de estas fantásticas formas. En el ir y venir de la vida conventual novohispana, frailes e indios contemplaron en su andar cotidiano estas imágenes: quimeras, tritones, ángeles con extremidades vegetales, pegasos, y muchos otros productos del imaginario grecorromano.

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Convento de Huatlatlauhca, Puebla

Como consecuencia de las reformas borbónicas, cientos de obras barrocas fueron eliminadas durante siglo XVIII en Europa y por añadidura en América, un ataque al que no lograron escapar los murales conventuales, pues fueron cubiertos con gruesas capas de cal, para dar paso al tosco estilo neoclásico. Esta desafortunada censura, que condenó al grutesco a más de dos siglos de olvido, también lo protegió del deterioro y permitió que, hace unas cuantas décadas, muchas de estas pinturas salieran a la luz –aunque muchas otras continúan bajo la cal. Irremediablemente, todo hallazgo de esta naturaleza trae consigo su paulatino deterioro. Estos murales no son la excepción: en espacios en continuo uso, son presa de vandalismo, de las remodelaciones improvisadas y modernizaciones descabelladas de los recintos religiosos.

Así que hoy, entre humedad y deterioro, los visitantes contemporáneos redescubren estas formas clásicas, poco saben de su origen, de la suerte de eventos que las llevaron hasta los muros conventuales. El grutesco es un género que no sólo atravesó fronteras espaciales y temporales, sino que también logró reinventarse en territorio novohispano, adquirir nuevos significados. Entre la nostalgia y anhelo por sus antiguos dioses, es posible que los indios novohispanos encontraran en estas formas híbridas y monstruosas un puente entre su pensamiento y el horizonte naciente de confluencias –no exentas de desencuentros–  entre dos o más mundos.

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Convento de Ixmiquilpan, Hidalgo

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