El Códice Mendoza como plataforma interactiva
Texto de Mar Gámiz
Si algo caracteriza la historia documental de los códices mesoamericanos es la extraña y triste suerte corrida en territorio europeo, toda vez que durante más de trescientos años fueron pocos los eruditos que intentaron interpretar la escritura indígena. Atrapados dentro de la incomprensión europea, los códices mesoamericanos fueron relegados a la categoría de objetos preciosos, útiles quizá para el intercambio diplomático.
En esta entrega limulesca se cuenta la historia de uno de esos documentos, desde su creación en el siglo XVI, hasta su más reciente digitalización y transformación en una app.

Las vicisitudes del Códice Mendoza
Tenochtitlán cayó en manos de los españoles, según la convención histórica, en 1521. Dentro de muy poco tiempo llegó el primer virrey, Antonio de Mendoza, con la acuciante necesidad de conocer el estado en el que se encontraba la naciente Nueva España, es decir, cuáles eran las divisiones geográficas y cuál la historia del pueblo vencido, los mexicas. Encargó entonces la escritura de dicha información a los tlacuilos y sabios indígenas, que la vertieron en pictogramas y logogramas glosados en español y náhuatl, sobre papel europeo y encuadernados en forma de libro.
Una vez terminado, ese libro fue colocado entre otros objetos destinados al rey español. Ni uno ni los otros llegaron a las manos deseadas, sino que fueron interceptados por piratas franceses. De esta manera, el “Códice Mendoza” pasó a formar parte de la colección de André Thevet, cosmógrafo de la corte francesa. En 1587, tres años antes de su muerte, y con su reputación como erudito en decadencia, Thevet vendió el códice a Richard Hakluyt, entonces capellán del embajador inglés en París. Acérrimo seguidor de una política de expansión marítima del Atlántico, en una época en que Inglaterra no podía competir con la hegemonía de España sobre el Nuevo Mundo, Hakluyt emprendió la recopilación de una colección de relatos de viajes ingleses y adquirió el Códice Mendoza con la esperanza de encontrar en él información estratégica sobre el Imperio español en América. Cabe mencionar, aunque sea de paso, que Shakespeare usó la colección de relatos de Hakluyt como fuente para escribir La Tempestad.

Muerto Hakluyt, Samuel Purchas, un pastor anglicano, heredó sus documentos y publicó por primera vez en 1625 el Códice Mendoza como parte de una historia universal y recopilación de relatos de viajes de varios volúmenes titulada Hakluytus Posthumus, or Purchas His Pilgrimes. Lo imprimió completo, junto con la traducción al inglés de las glosas españolas.
El Códice Mendoza fue parte de la herencia de Purchas a su hijo y después fue adquirido por John Selden, un ávido coleccionista de documentos del hemisferio occidental. Cinco años después de la muerte de Selden, el Códice encontró su última casa en la Biblioteca Bodleiana de Oxford.

El Códice Mendoza como fuente documental
Según Frances Berdan, antropóloga experta en el Códice Mendoza, la combinación de la escritura mexica con las glosas en español y náhuatl, aunados al nivel de detalle en las descripciones, hacen del Códice la piedra Rossetta para la interpretación de los pueblos mesoamericanos; es decir, proveen las claves para acercarse a la epistemología indígena, al tiempo que las glosas revelan los límites que tenía el conocimiento europeo en ese momento.

En él confluyen dos sistemas de pensamiento que incluso hoy no han logrado comunicarse a cabalidad. Dentro de los esfuerzos antropológicos y arqueológicos emprendidos para alcanzar las claves precisas de traducción, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en compañía con la Biblioteca Bodleiana de Oxford y el King’s College de Londres, trabajó durante todo el 2014 en la edición digital del Códice Mendoza (disponible de manera gratuita en esta dirección www.codicemendoza.inah.gob.mx) y en la aplicación (app) para iOS (puede comprarse aquí: https://itunes.apple.com/mx/app/codice-mendoza/id916271921?mt=8).

La edición digital del Códice Mendoza responde a las necesidades del lector especializado contemporáneo. Es decir, en la edición digital se ofrece no sólo el documento íntegro, sino una serie de elementos multimedia que contribuyen exitosamente a la comprensión contextual. Además de ser bilingüe (español-inglés), la “navegación” del Códice se complementa con mapas y representaciones geográficas que lo sitúan espacialmente, y la materialidad del libro puede apreciarse con detalle gracias al zoom. De más está señalar la mayor accesibilidad, intrínseca a la web, que adquiere el Códice en esta versión.

Tomando esta edición como base, parecería que se ha encontrado la forma de transmisión de las fuentes documentales indígenas más completa hasta ahora. En la medida en que estos documentos puedan ser consultados y comprendidos por estudiosos de distintas disciplinas, seguramente se volverá sobre las versiones de la historia que hasta ahora han conformado, oficial y extraoficialmente, la concepción nacional mexicana. Con esfuerzos como éste, atendemos a la construcción de una nueva manera de pensar y escribir la historia.

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