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Límulus

NUEVA YORK ES LA MEJOR CIUDAD DEL MUNDO

Texto por Virginie Martin-Onraët

Así de subjetivo, de sencillo.

Manhattan es visual, tangible y el que llega lo percibe inmediatamente. Lo descubre y en poco tiempo decide entre amor u odio. Un punto medio es raro.

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Fotografías por Virginie Martin-Onraët, @gini_martin

La agresiva belleza de los paisajes neoyorquinos genera sensaciones que oscilan entre el bienestar extremo y la frustración. La planeación urbana propone un mapa amigable al extranjero, un servicio de transporte eficiente e incluyente que te permite cruzar la ciudad en minutos. La misma planeación dejará que se acumulen montañas de bolsas de basura en las calles produciendo olores nauseabundos, atractivos para los roedores que se volverán parte de tu rutina diaria, cohabitando en tu edificio, tomando la misma línea del metro y cruzando el parque a la misma hora que tú.

En una ciudad donde el precio promedio del metro cuadrado supera el salario mínimo anual, la gente renta y comparte espacios pequeños. Las tiendas de almacenamiento eficiente se vuelven tu mejor aliado y las ganas de pasar tiempo en casa se minimizan. La ciudad responde a esta demanda con una lista interminable de tienesquehacer neoyorquinos que el habitante devora encantado, dejando su dinero circulando en la ciudad. Pareciera que existe una alianza entre los comercios y los ingenieros de la ciudad que construyen habitaciones diminutas generando una inevitable necesidad de salir y gastar.

En NY descubres las vitrinas imán. Su perfecta presentación logra que el ser menos trivial se pare, observe y piense: “si yo lo tuviera, sería absolutamente feliz”.

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Otra faceta de la ciudad es el absurdo apego al minuto. En una de esas mañanas en que al subirte al metro sabes que ya es la hora en la que debías de estar en junta, tacones en mano, botas de lluvia puestas y gabardina ligera (checaste la aplicación del clima), sales del metro acelerada y, a una cuadra, ves a una chica muy linda en taconcitos, vestido ligero floreado, caminando por la sexta avenida. Una ráfaga de viento, resultado de la acumulación de edificios alineados separados por un pasillo largo y angosto, sopla en el momento exacto, levantando violentamente pero con gracia ese vestido de verano. Una sonrisa es inevitable. Volteas alrededor, nadie lo nota, todos lo vieron pero no hay reacción. El turista interno en mi sigue vivo.

La capacidad de asombro en Manhattan se diferencia entre el que es de aquí y el que no. Si la descuidas, se extingue, convirtiéndote en uno más de los que caminan sin voltear. Te preguntas por la nacionalidad del neoyorquino: no existe. Toda persona de cualquier ciudadanía, abandona su naturaleza de turista para convertirse en neoyorquino. La ciudad es hábil y, en tiempo record, te hace una pieza más de la maqueta de rascacielos.

La meta general del neoyorquino es ganarle al tiempo y esquivar a los turistas. Si caminas distraído sientes el cuerpo del peatón acelerado pegarse a ti, cual Ferrari en el carril de alta. Si no te quitas a tiempo oirás el “Jeez!” cuando te rebase por la derecha. Aquí no existe el tráfico, a menos de que lo busques. Sin embargo, el tiempo es el recurso más preciado.

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¿Cuál es la habilidad del neoyorquino? El small talk. En el elevador: “Happy Friday”, cuando vas por tu café; conversación vacía. Los neoyorquinos son maestros para encontrar el tema exacto que cubra el silencio incómodo en un encuentro espontáneo y corto en un lugar de tránsito. El elevador, 37 pisos en 40 segundos, que quedan cubiertos a la perfección. Son momentos hasta amenos. Probablemente te reirás, pero al salir de ese no lugar, arranca el marcador de segundos: somos desconocidos.

Como la mayoría de las ciudades que no gozan del clima de la ciudad de México, el mundo gira alrededor de las expectativas meteorológicas. Los Fahrenheit hacen sentir los cambios climáticos más exagerados. Hace calor, estamos a 100 grados. En invierno se sufre pero en verano también. La felicidad absoluta se logra durante pocos días, en primavera, cuando la temperatura está entre 75 y 85 grados. El rango es pequeño y la gente exigente.

Lo acogedor de la ciudad es el sencillo mapa, la cercanía de los espacios permite una facilidad de movimiento que se encuentra en pocas ciudades. La particularidad de sus escenarios espontáneos, perdidos, inesperados hacen que pases por cuatro estados de ánimo distintos en un ruta con un objetivo particular.

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Así, como entre semana los minutos valen un dólar, en fin de semana el tiempo es ilimitado. El plan: brunchear. ¿Dónde? Donde más cola haya. No hay plan casero que convenza a nadie. ¡Hay que salir!

Y así, empieza el checklist de la ciudad. Buscas lo mejor de cada categoría. La gente necesita guías, recomendaciones, y así te haces adicto a Zagat, Yelp, Foursquare, reviews, reviews, reviews. Y con esto, se generan expectativas y colas de espera que la gente está dispuesta a hacer para probar los mejores panquesitos-de-plátano-gluten-free de todo Manhattan.

Hay eventos todos los días: están sold out.  Necesitas membresías, darte de alta en la lista de pre invitados para ver la exposición durante sus primeros días. Vas a las sample sales. ¡Necesitas!

Un ritmo intenso enamora, cansa y envicia. El periodo de enamoramiento es de felicidad absoluta. El correr del tiempo promete y la lista de visitas pendientes se renueva constantemente. No hay rutina, hay pocas repeticiones, y ya que agarraste el ritmo, viene un cambio de estación que supone un giro completo de actividades y un estado ánimo de generalizado diferente.

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Nueva York tiene incontables iconos listados y estudiados a detalle para que la gente elija su favorito.

La calle preferida de hoy, Houston, el eje que cruza el sur de la isla separando el Hudson y el East River, delimitando grandes barrios con esquinas icónicas de la ciudad. Uno de los primeros capítulos de Manhattan for dummies es cuando aprendes que no se pronuncia como Houston, Texas – ¡Turista! – sino que se dice “JAUston”. Sin entender bien el porqué, lo acatas y lo usas. Este corrupto uso del nombre es lo que diferencia al turista del neoyorquino. El rumor de esta pronunciación explica que la calle se nombró por un congresista de Georgia, William Houston que deletreó “H-o-u-s-t-o-u-n”” por error. Con el tiempo la U extra se cayó pero quedó la pronunciación. Cada pequeña intersección del eje es la entrada a una zona de propuestas artísticas, gastronómicas, alcohólicas o de entretenimiento. Si la recorres al norte se encuentra Alphabet City, East Village, Noho, Greenwich y West Village, y al sur, el Lower East, Bowery, Nolita y Soho. Si con paciencia buscas tocar pared al oeste, aparece el Pier 40. A primera vista no tiene nada especial pero a la izquierda de este muelle, a sólo unos pasos encuentras el perfecto paisaje del Hudson en el Westside Highway. En unos cuantos puntos de la ciudad encuentras el efecto de apertura. Entre la acumulación de edificaciones, en el giro menos esperado, se abre la ciudad y aparece un horizonte sorpresa que suele ser bastante instagrameable.

Mientras esta apertura espontánea de escenarios siga frenando la carrera contra el tiempo, la gente vivirá esta ciudad. Los habitantes generalmente planean ciclos definidos aquí con la constante idea del corto plazo. Pocas son las personas que se atreven a afirmar que su estancia en la ciudad es permanente. Son contadas también aquellas que no quisieran quedarse ni un año más.

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