Una familia de Kurdistán
a través del lente de Rodrigo Jardón
Fotografías y notas de Rodrigo Jardón

En la cima de la montaña de esta montaña se encuentra el centro y la antigua ciudad de Mardín, es lo primero que se puede ver desde lejos.
Ensayo fotográfico / Mardín / Rodrigo Jardón
Me mira a los ojos y experimento el desafío de un mundo que me asusta. Recuerdo, justo ahora, unos versos de Miguel Hernández, del Cancionero y romancero de ausencias, mientras veo
(El mundo es como aparece
ante mis cinco sentidos,
y ante los tuyos que son
las orillas de los míos.
El mundo de los demás
no es el nuestro: no es el mismo.)
la fotografía de un hombre que condensa todo lo que entiendo en la palabra «patriarcal». Es «Baba» Cirik, el padre de una familia con la que Rodrigo Jardón convivió en Mardín, ciudad dispuesta por capricho de la historia dentro de los límites actuales de Turquía. En esta imagen no logro discernir los accidentes, unos más antiguos que otros, de ser kurdo, musulmán, o turco. Lo que veo es a un hombre canoso, y este hombre confronta sin pudor, con altivez y complacencia, a la lente fotográfica. No teme la captura de su imagen, parece contento, satisfecho, en la cima de su reino doméstico, y aunque una mano femenina aparece al margen del retrato (¿por qué sólo una mano, por qué Jardón dejó esa mano, ahí, como un índice?), el hombre está sólo en el centro de ese mundo, el hombre, no el humano, sino el macho de la especie, sexo convertido en jerarquía, poder.
Pero hay un temblor que agrieta los cimientos de ese mundo, puedo sentirlo, y aunque tal vez lo más correcto en estas líneas sería denunciar la opresión atroz del pueblo kurdo (cuya cultura se persigue en Irán, cuya lengua estuvo prohibida en Turquía hasta 1991, cuya gente fue masacrada en Iraq por el régimen de Saddam Hussein), lo que me fascina es el ademán de una mujer retratada entre sus congéneres, tres generaciones de mujeres, esas mujeres que atienden a los hombres y comen de sus sobras, esas mujeres que se cubren la cabeza con un velo de sometimiento, esas mujeres que alguna vez fueron parientes de Shahmaran, la diosa persa de las serpientes, esa mujer centauro que Jardón fotografió en el mercado de Mardín y que las religiones de un sólo dios masculino aplastaron, mujeres, esas que Ricardo Arjona ofende con letras vomitivas, mujeres, y en esta fotografía hay una mujer que esgrime la V de la Victoria o de la Paz o del Azar, porque tal vez el gesto fue casual, pero yo siento… y quiero ver: mujeres que sin saber conspiran, y ya empezaron a cambiar.
Miro el plato de tripas con arroz, los minaretes, las mezquitas, las pintas clandestinas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, un grupo separatista reprimido, miro al niño que viene hacia nosotros montado en burro mientras los automóviles reposan apagados, miro, me entero de que Rodrigo Jardón se comunicaba con la familia Cirik gracias al traductor textual de Google, y entiendo que Mardín es un punto de roce entre placas tectónicas, un lugar donde la piedra de las tradiciones milenarias se calienta y reblandece, hierve, magma puro. Los marginados culturales de Turquía, ese país musulmán que lo mismo suspira por el Imperio Otomano que sueña con el bienestar de Europa, y antes de alcanzar el sueño de la Unión, la Unión amenaza con desmoronarse.
En estas fotografías hay historia, política, contexto. Pero lo que de veras está ahí, en las imágenes, sin tintas de color que nos distraigan, son personas que repiten gestos ancestrales, muros de tierra cálida, pájaros alborotados, agua de pila santa, sol de tarde. Lo mismo que hay aquí, en México, pero cruzado por otros puñales de injusticia, clavado en las costillas todavía, punzante, debajo de una chamarra de cuero y de un rostro inescrutable, debajo de sonrisas inocentes, de burkas y de manos de mujer tan poderosas que amasan diariamente la vida con el pan.
He aquí, al otro lado del planeta, una escena familiar, un sitio extraño. Depende del lugar en que posemos la mirada.
En la última imagen del ensayo fotográfico hay un mexicano sentado entre los kurdos. Mehmet Emin Cirik, el joven que le abrió su casa y su familia a Rodrigo Jardón, tomó la cámara y retrató al fotógrafo que vino de América, comiendo entre los suyos. ¿Qué sabrían los Cirik de México antes del encuentro, qué después? Ojalá no seamos nada más que Chespirito, el Chapo, Pedro Infante. ¿Qué sabemos en México del pueblo kurdo? ¿Quién es él, un mexicano, en las mentes de Mardín, ciudad lejana? Y yo, que al principio quise denunciar un régimen de opresión patriarcal y una historia de injusticia étnica, ya me encuentro a la orilla de mis ojos, en Kurdistán, y miro esta fotografía donde se comparten las miradas y alimentos, donde los papeles se han cambiado, donde soy desde los ojos de Mardín y donde, a pesar de las derrotas y masacres, en esta sala donde no hay mesas, cubiertos ni sillones, sobra la belleza, y se puede sonreír.
***
Explica Rodrigo Jardón:
Mardín es una ciudad que se encuentra al sureste de Turquía y casi en la frontera con Siria y pertenece Kurdistán, una nación sin estado que se divide entre Turquía, Siria, Irán e Irak. El Kurdistán turco que sufrió masacres perpetradas por Atatürk, fundador del estado turco, a principios del siglo pasado y actualmente su población es discriminada en en el resto del país, así como es víctima de políticas gubernamentales para desaparecer su lengua, su bandera y sus tradiciones. Los kurdos en Turquía luchan en contra de la asimilación, es una lucha cultural más que armada como ocurre en Irak, y me interesaba saber cómo se expresa esta resistencia identitaria que depende en gran medida de la unidad familiar.
Llegué a Mardín después de viajar en tren a Diyarbakir, capital del Kurdistán turco, gracias a que la amiga de una amiga de mi ex-novia de la secundaria me contactara con una chica kurda que estudia en Polonia, ella se puso de acuerdo con sus amigos para que me recibieran en sus casas a pesar de que no hablaran inglés, ni yo kurdo. Todo el tiempo nos comunicamos gracias al Google translate en los celulares o en la computadora.
Uno de estos amigos fue Mehmet Emin Cirik, quien me llevó a su casa con sus 9 hermanos y 3 hermanas. Ellos no sólo compartieron su suelo conmigo, si no que me incluyeron en sus actividades y me hicieron sentir parte de esta casa en donde compartía techo con casi 30 personas, ellos me mostraron una unidad familiar que yo -hijo único de padres divorciados- nunca había experimentado o de la que nunca me había dado cuenta en otros contextos, y me hizo pensar en qué tan parecido es esto a las familias tradicionales mexicanas, pero qué tan ajeno a mi resulta y preguntarme si yo sería capaz algún día de formar una familia semejante.

«Baba» Cirik, el «papá» es la cabeza de la familia, una familia tradicional extremadamente devota al Islam.

Dos hermanas calientan la comida en la azotea. «Dame tu camisa para que la planche» es lo primero que me dijo una de las hermanas de Mehmet. Tardé casi un día en darme cuenta de que las mujeres siempre se reunían en un espacio distinto y comían de lo que quedaba de lo que servían a los hombres, después de servirnos el té.

Mi cena de bienvenida fueron tripas frescas de cabra (sin cocinar ni freír) rellenas de arroz, desde que entré al cuarto olía fuertísimo y por primera vez en la vida me dieron náuseas de comer algo, pero lo hice por cortesía. Me explicaron después que en su cultura esto es todo un manjar.

Conforme avanzaban mis días en Mardín, comencé a tener más confianza para acercarme a los espacios de las mujeres. Aquí aparece la mamá de Mehmet amasando pan.

Imagen del depósito de agua de una mezquita, en donde uno debe lavarse antes de hacer el rezo. Su simbolismo tiene que ver con el río de la vida y la parte más ancha, esta especie de alberca, significa la edad adulta y viene de un pequeño río que inicia en un pequeño agujero en la pared, que significa el nacimiento.

Un grupo escolar de niños musulmanes visitan una antigua iglesia. En Mardín conviven musulmanes y cristianos por igual.

La familia Cirik vive de las carnicerías que tienen en la ciudad, uno de los tíos de Mehmet me pide una foto.

Montaje de un escena familiar típica kurda dentro del museo de Mardín, a donde Mehmet me llevó para conocer más de las tradiciones de los kurdos.

El último día acompañé a Mehmet a rezar a la Gran Mezquita, él y su familia tienen un gran arraigo a la religión y es muy importante hacer los 5 rezos.

Pinta en un callejón: APO «Abdullah Öcalan»: presidente del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), condenado en Turquía a cadena perpetua por cargos de terrorismo y separatismo armado. PKK: Partido de los Trabajadores de Kurdistán, lucha por la independencia de Kurdistán como un Estado socialista y es considerado como organización terrorista tanto por Turquía, como por Estados Unidos y la Unión Europea.

En el mercado de Mardín se venden recuerdos como estos vidrios pintados a mano con imágenes de leyendas mesopotámicas, como Shahmaran, la diosa de las serpientes.

Paisaje desde la azotea de la casa Cirik, se pueden ver las camas en donde duermen bajo las estrellas durante el verano por el calor extremo.

Pinta del PKK cerca de la casa de los Cirik. Durante los años 70, 80 y 90, el PKK fue activo en su lucha armada.

La escultura de una paloma de la paz puesta por el gobierno turco a la entrada de un barrio localizado en las afueras de la ciudad.

Una imagen tomada por Mehmet en la cena antes de mi partida, esa noche me regaló una edición en kurdo del libro «Mem û Zin», una especie de Romeo y Julieta que es pilar de la literatura kurda. Tal vez nunca lo pueda leer pero cuando se lo mostré a un kurdo en un bar de Estambul se puso a llorar mientras lo leía.
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